Dos hombres que acababan de jubilarse decidieron dedicar su tiempo libre a cultivar un huerto. Uno de ellos tenía buenas herramientas que le podrían hacer mucho más fácil y productivo su tarea (desbrozadora, riego automático, mula mecánica, etc). El otro apenas si contaba con una hoz, un azadón, un pozo del que tenía que sacar el agua con una polea y poco más. El primero no había tenido ni una maceta en su vida, el otro había tenido abuelos y padres agricultores, había aprendido de ellos y conocía los secretos del huerto.
Puestos los dos manos a la obra el primero tuvo arado el huerto en apenas unas horas gracias a la excelencia de su mula mecánica y automatizó el riego para poder programar la hora del riego, la cantidad de agua, etc. El segundo con la única fuerza de sus manos, limpió el terreno con la hoz y lo cavó con el azadón, cosa que le llevó varios días. La parte del riego la dejó para cuando nacieran las plantas.
Y llegó la primavera. El de la mula mecánica no sabía ni que era el momento de sembrar las semillas, cómo tenía que hacerlo, cuánto hueco había que dejar entre una planta y otra. De nada le habían servido sus herramientas de última generación puesto que no tenía con qué utilizarlas. A nuestro agricultor tradicional le fueron creciendo las plantas. Sabía que las tomateras “tienen que pasar sed” y las regó poco, espació las pimenteras para que unas con otras no se asfixiaran, preparó las pepineras para que no se troncharan con el peso del fruto.
Llegó el verano y nuestro primer agricultor tuvo que ir a la tienda a comprar las hortalizas porque su huerto no dio fruto. El segundo recogió, disfruto todo el verano de los frutos de su huerto y tuvo para regalar productos de calidad a sus familiares y amigos.
¿Cómo trasladamos esta historia ficticia al mundo de la empresa?
Los profesionales nos encontramos en nuestro día a día con que se nos impone el uso de ciertas herramientas para la ejecución de según qué tareas, herramientas que están más que contrastadas y nos van a ayudar a mejorar la efectividad de nuestro trabajo diario. El problema viene cuando se le da prioridad al uso de la propia herramienta frente a la experiencia en nuestro ámbito, el conocimiento del producto con el que trabajamos o el de nuestro público objetivo.
Lo primero es tener un amplio conocimiento de nuestro ámbito, y eso no lo dan las mejores herramientas, sino la experiencia y el aprendizaje
Considero que para un óptimo desempeño de nuestra actividad lo primero es tener un amplio conocimiento de nuestro ámbito, y eso no lo dan las mejores herramientas, sino la experiencia y el aprendizaje. Las herramientas nos ayudarán a ser más eficientes, a acortar tiempos, a abaratar costes, a tener un mejor conocimiento de nuestros clientes o a tener unos flujos de información óptimos, pero de nada nos sirve tener la mejor tecnología sin el conocimiento previo.
Las herramientas se aprenden a usar. Puedes tardar un día, una semana o un mes en saber usarlas. El conocimiento está en las personas y la experiencia profesional será la que reporte más y mejores beneficios a las organizaciones.